Opinión: Cuando Trump convierte la sala de prensa de la Casa Blanca en un club de fans MAGA

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THE LATIN VOX (4 de octubre del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.

La relación entre el poder político y la prensa en Estados Unidos siempre ha sido compleja, pero bajo el segundo mandato de Donald Trump está adquiriendo un nuevo cariz: la infiltración sistemática de voces afines al movimiento Make America Great Again (MAGA) dentro del propio cuerpo de prensa de la Casa Blanca.

Lo que antes era un espacio reservado para el escrutinio periodístico, hoy funciona en parte como un escenario de elogios, alabanzas y preguntas diseñadas más para reforzar el relato presidencial que para cuestionarlo.

La escena resulta ilustrativa: “Trump podría curar el cáncer y aún así lo criticarían”, aseguró el reportero Brian Glenn, de la plataforma Real America’s Voice y pareja de la congresista republicana Marjorie Taylor Greene, mientras el presidente sonreía complacido desde el escritorio Resolute.

El intercambio, más propio de un club de admiradores que de una rueda de prensa, terminó por marcar el tono de la jornada, dejando de lado las preguntas de corresponsales veteranos.

No se trata de un episodio aislado. Desde su regreso al poder, Trump ha cambiado las reglas del juego.

Ahora es la Casa Blanca —y no la Asociación de Corresponsales— quien decide qué periodistas tienen acceso a preguntar.

El resultado: menos espacio para agencias tradicionales como Associated Press o The Washington Post, y más protagonismo para medios de ultraderecha como One America News Network o Gateway Pundit.

“Se trata de una estrategia deliberada para rodearse de aduladores y evitar la rendición de cuentas”, explicó Tara Setmayer, exdirectora de comunicaciones republicana en el Capitolio. “Esto se parece cada vez más a lo que hacen los líderes autoritarios en otras partes del mundo”.

Las consecuencias son evidentes. Según un análisis de Media Matters, en los primeros meses de 2025, los voceros de Trump concedieron el 41% de las preguntas a medios derechistas o marginales.

En ocasiones, esas intervenciones rozan lo caricaturesco: desde periodistas que halagan el aspecto físico del presidente o el atuendo de su secretaria de prensa, hasta quienes preguntan si debería publicarse la rutina de ejercicios de Trump para demostrar su “vitalidad presidencial”.

Este clima afecta también al resto de los corresponsales. Bill Galston, exasesor de Bill Clinton, advierte que la dinámica intimida a quienes intentan formular preguntas incisivas: “Si saben que cualquier exceso será castigado con burlas o ataques desde el podio, algunos reporteros pueden optar por suavizar su tono”.

Sin embargo, no todos han bajado la guardia. Periodistas de larga trayectoria como Jon Decker, con tres décadas en la sala de prensa, aseguran que seguirán cumpliendo su labor de preguntar con firmeza, sin importar quién ocupe el Despacho Oval. “Ese es el único camino para mantener la credibilidad”, afirma.

La prensa estadounidense ha tenido momentos de deferencia excesiva en el pasado —como durante la guerra de Irak bajo George W. Bush—, pero también episodios de confrontación férrea. La diferencia actual radica en que el propio poder político fomenta la presencia de comunicadores cuya función no es investigar ni incomodar, sino celebrar.

En esta Casa Blanca, cada pregunta complaciente no solo protege a Trump de un escrutinio incómodo: también redefine el rol del periodismo en la democracia estadounidense.

Crédito fotográfico: BBC News


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