
THE LATIN VOX (5 de julio del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
En el Ártico canadiense, el hielo se derrite… pero no desaparece. Contra toda intuición, la reducción del hielo marino debido al cambio climático no ha significado mares más navegables.
De hecho, los canales árticos se vuelven más traicioneros que nunca, plagados de bloques de hielo errático y condiciones impredecibles. La Guardia Costera de Canadá lo resume en una paradoja inquietante: “menos hielo significa más hielo”.
Esta nueva realidad ha empujado a Canadá a una carrera contrarreloj para construir una nueva flota de rompehielos, una tarea titánica que no solo busca garantizar la soberanía en el norte, sino también posicionarse frente a la creciente tensión geopolítica que agita el Ártico.
Rompehielos en tiempos de crisis
En los astilleros de Seaspan, en la costa de Vancouver, ya se están cortando las primeras placas de acero para un nuevo rompehielos de clase polar, un coloso de 160 metros de eslora diseñado para operar a temperaturas de hasta -50°C.
Su construcción, valorada en 3.150 millones de dólares canadienses (unos 2.300 millones de dólares estadounidenses), forma parte de la renovada Estrategia Nacional de Construcción Naval del país.
El rompehielos será el más grande construido en Canadá desde los años 60 y reemplazará gradualmente al veterano Louis St Laurent, que sigue en servicio tras casi seis décadas. El nuevo buque podrá abrirse paso por capas de hielo de hasta tres metros de espesor durante todo el año, lo que lo convierte en una pieza clave para la navegación, la seguridad nacional y la investigación científica en el Ártico.
Pero construir un barco así no es tarea sencilla.
“Estás construyendo una ciudad flotante única, que debe funcionar en uno de los entornos más hostiles del planeta, sin margen de error”, explica Eddie Schehr, vicepresidente de producción de Seaspan.
El acero debe tener hasta 60 mm de grosor y cada pieza se somete a pruebas extremas de resistencia. Aun así, Schehr reconoce que es habitual descubrir fallos justo al final del proceso: “es como un Lego muy caro y muy propenso a errores”, dice entre risas.
Una urgencia largamente postergada
La necesidad de un nuevo rompehielos no es reciente. Canadá anunció su intención de reemplazar el Louis St Laurent por primera vez… en 1985. Desde entonces, varios gobiernos han prometido buques que nunca se construyeron. El proyecto actual, que lleva el nombre John G. Diefenbaker, parecía otro sueño postergado. Pero ahora, por fin, avanza.
“Lo estudié en la universidad, y ahora estoy aquí ayudando a construirlo. Es como si el tiempo fuera un círculo”, reflexiona Schehr.
Además del buque de Seaspan, el gobierno ha encargado a los astilleros Davie, en Quebec, la construcción de un segundo rompehielos. Davie ha comprado recientemente un astillero en Helsinki y otro en Estados Unidos, como parte de una estrategia para sortear las restricciones legales estadounidenses que impiden a empresas extranjeras construir barcos para el gobierno de ese país.
Pero algunos expertos advierten que dividir la producción en varios astilleros podría encarecer y dificultar el mantenimiento de los buques a largo plazo.
“Si quisieras diseñar el sistema más ineficiente posible, construir dos rompehielos diferentes en dos astilleros distintos sería la forma perfecta de hacerlo”, afirma Robert Huebert, experto en seguridad ártica.
¿Una carrera armamentista polar?
La urgencia canadiense no se da en el vacío. El deshielo del Ártico abre nuevas rutas comerciales, como el Paso del Noroeste, que podría recortar semanas en los trayectos entre Asia y Europa. Y con él, crece el interés por los minerales críticos y el control geoestratégico de la región.
Rusia ya cuenta con más de 50 rompehielos, algunos de propulsión nuclear. China posee al menos cuatro capaces de operar en el hielo ártico.
Y en Estados Unidos, el presidente Donald Trump expresó su deseo de tener una flota de 40 rompehielos, avivando el temor de que el Ártico se convierta en un nuevo escenario de competencia militar y económica.
En respuesta, Canadá, Finlandia y EE. UU. firmaron recientemente el “Pacto del Hielo”, un acuerdo para construir hasta 90 nuevos rompehielos en los próximos años. El pacto, anunciado en la cumbre de la OTAN en Washington, apunta a consolidar una industria ártica compartida entre aliados.
¿Soberanía o sobreactuación?
No todos ven esta escalada como una amenaza inminente. Para el politólogo Michael Byers, de la Universidad de Columbia Británica, las advertencias sobre una carrera armamentista ártica pueden estar exageradas.
“Los rusos ya poseen la mitad del Ártico. No necesitan más”, afirma. “Sí necesitamos barcos canadienses que puedan operar en nuestra región ártica. Pero no veo evidencia de que China o Rusia estén invadiendo.”
Byers también recuerda que con menos hielo, la navegación es más peligrosa, no más fácil. En mar abierto, las tormentas pueden hacer que el agua salada se congele sobre el casco, provocando el vuelco de barcos.
“Siempre necesitaremos rompehielos. El Ártico seguirá siendo un lugar peligroso.”
El futuro del norte
Mientras el planeta se calienta, el Ártico se convierte en un tablero geopolítico crucial. Canadá, históricamente rezagado en esta carrera, intenta ahora posicionarse como líder en innovación naval y soberanía ártica. La construcción de rompehielos es apenas el primer paso: para proteger y proyectar poder en el norte, también se necesitarán satélites, radares y submarinos.
El reto será lograrlo a tiempo, con eficiencia y sin repetir errores del pasado.
En un mundo que cambia con rapidez, Canadá se enfrenta a una dura verdad: el Ártico no espera. Y si quiere mantener su lugar en él, tendrá que avanzar sobre el hielo… antes de que se derrita.
Crédito fotográfico: Petty Officer 3rd Class Patrick Kelley/High North News