
THE LATIN VOX (15 de octubre de 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz
Mientras el presidente chino Xi Jinping elogiaba esta semana los “históricos avances” en los derechos de las mujeres durante una cumbre mundial en Pekín, su propio gobierno intensificaba una silenciosa pero sistemática campaña para acallar las voces feministas dentro del país. El contraste entre el discurso oficial y la realidad social en China nunca había sido tan evidente.
En el evento que conmemoró los 30 años de la histórica Conferencia Mundial de la Mujer de la ONU —la misma donde Hillary Clinton pronunció su célebre frase “los derechos de las mujeres son derechos humanos” en 1995—, Xi se presentó como un defensor del progreso femenino.
Afirmó que las mujeres chinas participan hoy en la gobernanza nacional con “una confianza y vigor sin precedentes”, celebró la reducción de la mortalidad materna en casi un 80% y anunció una donación de 10 millones de dólares a ONU Mujeres, junto con un fondo de 100 millones para países del sur global.
Sin embargo, detrás de los aplausos diplomáticos, el panorama dentro de China es muy distinto. En los últimos años, bajo el liderazgo de Xi, el país ha experimentado un marcado giro patriarcal en su política interna. Activistas feministas han sido detenidas, organizaciones disueltas y plataformas digitales censuradas por promover lo que las autoridades denominan “antagonismo de género”.
“Hoy, miles de jóvenes chinas se identifican como feministas, pero la posibilidad de actuar colectivamente está prácticamente prohibida”, explica Lü Pin, fundadora de una influyente organización feminista clausurada en 2018. Desde su exilio en Nueva Jersey, Lü recuerda cómo varias de sus compañeras —conocidas como las cinco feministas— fueron arrestadas en 2015 tras protestar contra el acoso sexual en el transporte público. “El feminismo en China sobrevive en la vida privada, no en la esfera pública”, resume.
La represión ha alcanzado incluso a las voces más moderadas. En septiembre, el gobierno eliminó la cuenta de WeChat de la popular bloguera Jiang Chan, cuyos textos sobre igualdad de género alcanzaban cientos de miles de lecturas. Poco antes, más de 1.300 cuentas en Weibo —la red social con casi 600 millones de usuarios— fueron suspendidas temporal o permanentemente por supuestamente incitar al “antagonismo de género”. Entre ellas, las que publicaban mensajes que las autoridades consideraron “antimatrimonio”.
El endurecimiento no es casual. Desde hace varios años, el Partido Comunista impulsa una narrativa que llama a las mujeres a “retomar sus responsabilidades tradicionales” de matrimonio y maternidad, en un intento por revertir la caída demográfica del país. En 2023, Xi instó a “cultivar una nueva cultura del matrimonio y la natalidad”, consolidando así una visión conservadora del papel femenino.
El caso de Wang Huiling, una vlogger rural convertida en símbolo de la independencia femenina, refleja la magnitud del control estatal. Con millones de seguidoras en plataformas chinas, Wang narraba sin filtros las dificultades de las mujeres de su entorno. Pero en enero, todas sus cuentas fueron eliminadas sin explicación, y en abril se prohibió la reimpresión de su libro Mujeres de base. “Temen que despertemos la conciencia de independencia en otras mujeres”, lamentó.
Mientras Pekín se presenta ante el mundo como un modelo de igualdad, la censura interna revela una estrategia distinta: permitir el discurso del progreso siempre que no cuestione el poder. La paradoja de Xi Jinping —ensalzar los derechos de las mujeres mientras se silencia a las feministas— simboliza una nueva era del autoritarismo chino, donde incluso la igualdad de género se convierte en instrumento político.
En palabras de Lü Pin, “el feminismo en China no ha muerto, pero vive en la sombra”.
Crédito fotográfico: The New York Times