El 15 de mayo de 2017, los periódicos norteamericanos The Washington Post y The New York Times sacudieron al mundo con una noticia alarmante. Según los informes, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, habría compartido información clasificada con el canciller ruso, Sergei Lavrov, y el embajador de Rusia en Washington, Sergei Kislyak.
La información clasificada estaría relacionada con la posibilidad de que ordenadores portátiles puedan ser utilizados en vuelo para realizar algún tipo de ataque terrorista. Esta preocupación ya había llevado a Estados Unidos a prohibir las computadoras portátiles en el equipaje de mano en vuelos procedentes de Medio Oriente.
Según los informes, Trump habría discutido con los rusos las capacidades de espionaje de un aliado estadounidense clave, que obtuvo la información sobre esos planes terroristas del Estado Islámico (ISIS). Además, Trump habría revelado el territorio bajo control de los yihadistas donde el socio estadounidense consiguió la información secreta de espionaje.
Sin embargo, la Casa Blanca respondió rápidamente a estas acusaciones. El asesor en temas de seguridad H.R. McMaster declaró ante la prensa que la noticia divulgada por la prensa local “es falsa”. “En ningún momento se habló sobre fuentes o métodos de inteligencia”, explicó McMaster.
A pesar de la controversia, es importante recordar que el presidente estadounidense tiene protección ante la ley para compartir y transmitir información clasificada, por lo que no habría incurrido en una ilegalidad. Sin embargo, este incidente plantea preguntas importantes sobre la seguridad nacional y la confianza de los aliados del país.