
THE LATIN VOX (20 de marzo del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
«Por un par de semanas, me vi atrapada en un sistema que no tiene piedad, sin explicación alguna, sin avisos previos. Aunque mi historia terminó con un regreso a casa gracias a abogados y medios de comunicación, lo que viví me hizo sentir como si hubiese sido secuestrada. Estuve en una celda helada, sin saber por qué ni por cuánto tiempo. Pero comparado con muchas otras personas, yo tuve suerte. Estaba detenida, pero no sin voz, no sin visibilidad. Y aún así, mi experiencia fue un recordatorio brutal de los horrores que enfrentan miles de personas que, como yo, solo buscaban una oportunidad.»
«La historia comenzó de manera mundana. Como ciudadana canadiense con visa de trabajo aprobada, me encontraba en una oficina de inmigración en San Diego, tratando un pequeño problema administrativo. Lo que sucedió después fue una completa sorpresa: me pidieron que pusiera mis manos contra la pared, me registraron y me arrestaron sin explicación. Fue el comienzo de lo que serían dos semanas de incertidumbre, dolor físico y psicológico, y, lo peor de todo, un sistema que no proporcionaba respuestas.»
«Crecí en Whitehorse, en el Yukón, un pueblo pequeño y apartado en el extremo norte de Canadá. A lo largo de mi vida, siempre busqué algo más grande que mis raíces, y después de mudarme a Vancouver y comenzar mi carrera en la industria del entretenimiento, la restauración y más tarde en el sector de la salud y el bienestar, encontré mi pasión en el lanzamiento de productos que buscaban mejorar la vida de las personas. La visa Nafta me permitió trabajar en Estados Unidos sin problemas, pero ese día en la frontera fue el comienzo de un infierno burocrático.»
«Al principio, me sentí completamente desorientada. Después de una larga serie de preguntas, una oficial me dijo que mi visa no estaba bien procesada y que tendría que aplicar nuevamente. Todo lo que había construido en California parecía desmoronarse en un instante. Sin embargo, lo peor estaba por venir. Me llevaron a un centro de detención de ICE sin posibilidad de contactar a un abogado y sin tener idea de lo que sucedería después.»
«La incertidumbre fue lo más difícil. A medida que pasaban los días, mi desesperación aumentaba. Durante las primeras 48 horas, estuve en una celda helada, con luces fluorescentes brillando las 24 horas del día, sin saber si alguien escucharía mi historia. La comida era dudosa, y la compañía, en su mayoría, estaba formada por mujeres que habían vivido en Estados Unidos durante años, pero que, por una razón u otra, también habían sido detenidas. Algunas llevaban meses esperando respuestas, otras, años. Muchas de ellas no tenían antecedentes criminales. Eran simplemente víctimas de un sistema que no entendía de humanidad.»
«Me encontré rodeado de historias desgarradoras. Una mujer de Venezuela, por ejemplo, fue detenida después de regresar a Estados Unidos para unas vacaciones, a pesar de haber estado en el país por más de diez años con una visa de trabajo. Otra mujer había sido arrestada después de pasar tres días más de los permitidos en su visa de estudiante. Esas historias no eran aisladas; formaban parte de una realidad más grande: la de un sistema que castiga a aquellos que intentan rehacer sus vidas en suelo estadounidense, pero que no ofrece respuestas claras ni justas.
«Mi detención, aunque desgarradora, fue también una oportunidad para reflexionar sobre los verdaderos problemas de este sistema. A través de las mujeres con las que compartí esas celdas, entendí la lucha que enfrentan millones de personas atrapadas en el limbo de la inmigración. Los procedimientos eran largos, los plazos inciertos y las respuestas, nulas. No había un camino claro hacia la liberación, solo un eterno ciclo de incerteza que dejaba a muchos atrapados por meses o incluso años.»
«Una noche, una de las mujeres me invitó a asistir a un servicio religioso. A través de las oraciones de todas, sentí una profunda conexión humana, un lazo de solidaridad que me hizo comprender que, por más que nos separara el idioma o la cultura, todos estábamos luchando por algo más grande que nosotros mismos: por la esperanza.»
«Finalmente, tras 14 días, logré salir. Mi historia se había hecho conocida gracias a la presión mediática y a las constantes gestiones de mis abogados y amigos. Sin embargo, el impacto que dejó mi detención fue mucho más grande que mi propia experiencia. La realidad que descubrí en esos centros de detención es una de explotación, donde las corporaciones privadas ganan miles de millones de dólares a través de contratos con ICE, mientras miles de personas sufren en condiciones inhumanas. Empresas como CoreCivic y GEO Group se benefician de la detención masiva, lo que crea un incentivo perverso para mantener las políticas migratorias estrictas y las prisiones llenas.»
«Lo que viví no es una historia aislada. Es la realidad de miles de personas atrapadas en un sistema que prioriza el lucro sobre los derechos humanos. Aunque logré regresar a casa, la verdadera lección que me dejó mi tiempo en prisión fue esta: lo que necesitamos no es solo una reforma migratoria, sino una transformación radical del sistema que explota el sufrimiento humano para beneficio de unos pocos. En los centros de detención de ICE, el alma humana sigue brillando a través de la solidaridad y la esperanza, incluso en los momentos más oscuros. Esa humanidad es la que debemos proteger y preservar, porque es la verdadera medida de nuestro sistema.»
Crédito fotográfico: Jasmine Mooney