
THE LATIN VOX (17 de agosto del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
En las colinas soleadas del sudoeste francés, donde se produce el 15% del vino del país, los viticultores viven agosto con una mezcla de esperanza y ansiedad. La maduración de la uva en la Gironda marca un calendario ancestral: cuarenta y cinco días después de que las bayas empiecen a cambiar de color, llega el momento decisivo de la vendimia.
Sin embargo, este ritmo que durante siglos parecía inmutable hoy se tambalea bajo la presión de dos fuerzas implacables: el cambio climático y la transformación de los hábitos de consumo.
El corazón del problema no está en los viñedos más célebres —Château Latour, Château Mouton-Rothschild y otros grandes nombres—, sino en el mercado global.
Los consumidores, especialmente los jóvenes, beben cada vez menos vino tinto. En Francia, la demanda cayó un 38% en solo cinco años, y un 45% en la última década.
En China, que había sido un mercado floreciente, el consumo se redujo a la mitad desde 2017. En Estados Unidos, los aranceles han golpeado las exportaciones, que representaban una quinta parte del total.
El resultado: Burdeos produce unos 650 millones de botellas al año, pero vende apenas 500 millones. Con un 85% de su producción centrada en tintos robustos y de largo envejecimiento, la región enfrenta una crisis existencial.
El clima no ayuda
Las altas temperaturas agravan la situación. Aunque Burdeos se beneficia de un clima atlántico moderado, el suroeste francés ha vivido este verano días cercanos a los 40 ºC.
Los expertos coinciden en que la adaptación es inevitable: variedades más resistentes, diversificación de cultivos —en algunos viñedos ya se han plantado olivos y kiwis— y un cambio en la filosofía de producción.
Mirar al pasado para reinventar el futuro
Paradójicamente, la salida podría estar en una tradición medieval: el clairet. Este estilo de vino, más ligero y fresco que los tintos actuales, se popularizó en Inglaterra durante el reinado de Enrique II, cuando Aquitania estaba bajo dominio británico.
A medio camino entre un tinto joven y un rosado, el clairet se bebía poco después de ser transportado desde Burdeos, servido fresco y sin pretensiones de guarda.
Hoy, pequeñas cantidades de clairet siguen elaborándose en la región, pero cada vez más bodegas ven en él una alternativa real para atraer a nuevos consumidores, cansados de vinos pesados y de alto grado alcohólico. Los defensores de este estilo recomiendan beberlo en los primeros dos años y siempre frío, ideal para acompañar una parrillada de verano.
¿Un sacrilegio o una oportunidad?
Los puristas del claret, acostumbrados a decantar botellas de guarda y a venerar etiquetas históricas, pueden ver en el clairet una herejía. Pero en un mercado en el que las tendencias de consumo parecen irreversibles, la opción de mirar hacia atrás para encontrar inspiración en los vinos que bebían los ingleses medievales podría ser la clave para salvar a Burdeos.
En un momento en que la viticultura mundial busca respuestas a la crisis climática y cultural del vino, la región bordelesa vuelve a plantearse la pregunta de siempre, aunque con un matiz renovado: “¿cosechar o no cosechar?”. Esta vez, la decisión no se limita a cuándo cortar la uva, sino a qué tipo de vino vale la pena ofrecer al mundo.
Crédito fotográfico: NBC News/AP Photo/Francois Mori