THE LATIN VOX (22 de diciembre del 2024).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
En los Países Bajos, un creciente número de mujeres está desafiando una ley que les impide otorgar el apellido de la madre a sus hijos sin el consentimiento del padre. Este debate sobre la igualdad de derechos en la transmisión de apellidos ha llevado a varias mujeres a llevar su caso ante los tribunales, luchando por lo que consideran un derecho fundamental: que sus hijos lleven su apellido, igual que el del padre.
Rebecca Lee, una empresaria de 43 años de la ciudad de Groningen, es uno de los rostros más visibles de esta lucha. Después de haber sido adoptada, Lee lleva un apellido holandés, pero nunca se sintió completamente identificada con él. Años más tarde, al viajar a Corea, el país de origen de su madre biológica, todo encajó. “No es algo que se pueda cambiar de la noche a la mañana, pero ahora me siento más completa”, afirma.
Lee, que se separó de su esposo, desea que su hija de cinco años lleve el apellido “Lee” como parte de un apellido compuesto, pero la ley neerlandesa se lo impide. De acuerdo con la legislación vigente, los padres solo pueden elegir un apellido compuesto si ambos están de acuerdo, lo que deja a las madres en una situación de desventaja, especialmente si el padre se opone.
La ley que refuerza los estereotipos de género
Hasta 1811, en los Países Bajos, los hijos automáticamente heredaban el apellido del padre. Desde 1998, los padres podían elegir entre los apellidos de ambos, pero solo si ambos llegaban a un acuerdo. Recientemente, en 2023, se aprobó una nueva ley que permite a los padres elegir un apellido compuesto, pero solo si ambos padres están de acuerdo antes del 31 de diciembre del año en que nace el niño.
Sin embargo, en muchos casos, el consentimiento del padre sigue siendo necesario para que el niño lleve el apellido de la madre, lo que ha sido percibido como una forma de discriminación indirecta hacia las mujeres. En el caso de Lee, su hija, que pasa la mitad del tiempo con ella y la otra mitad con su padre, no puede llevar el apellido materno, lo que, según ella, es una injusticia. “Ella debería llevar un poco de mí, puede estar orgullosa de que tiene sangre holandesa y coreana”, señala.
El debate en la sociedad holandesa
La organización de derechos de las mujeres Clara Wichmann apoya a las mujeres que han llevado su caso a los tribunales, alegando que la ley actual contraviene el artículo 13 de la Convención Europea de Derechos Humanos, que garantiza el derecho a un remedio efectivo. Linde Bryk, la directora de casos estratégicos de la organización, subraya que “la ley se basa en un sistema en el que principalmente se transmite el apellido del padre, lo que ahora pone en desventaja e indirectamente discrimina a las madres”.
Este punto de vista ha sido respaldado por numerosas voces en la sociedad holandesa, como la periodista Christel Don, quien relató que su hijo pasó seis años sin apellido porque ella y su pareja no querían elegir. “Es un reflejo de cómo la ley, en su forma actual, discrimina a las mujeres de manera encubierta”, opina Don.
La abogada de derechos civiles Songül Mutluer, miembro del partido GroenLinks, ha calificado la formulación de la ley como un “ejemplo claro de discriminación sexista” y ha presentado preguntas parlamentarias para reformarla.
Según Mutluer, el sistema actual pone a las mujeres en una posición de desventaja, pues son ellas quienes deben negociar el apellido con sus parejas y, si no hay acuerdo, son las que pierden la opción de transmitir su apellido a sus hijos.
Un sistema legal que refuerza estigmas sociales
Los estudios sociológicos han demostrado que el apellido de una persona puede tener un fuerte impacto en su vida, afectando incluso sus oportunidades laborales. El profesor de sociología cultural de la Universidad de Ámsterdam, Kobe De Keere, señala que los apellidos pueden estar cargados de señales de clase social o estigmas raciales, lo que puede generar discriminación, especialmente en un país como los Países Bajos, donde existe una falsa idea de igualdad total. Según De Keere, los apellidos étnicos son a menudo un factor en las decisiones laborales, y las personas con apellidos que indican origen extranjero o no occidental enfrentan mayores dificultades para conseguir trabajo.
Un debate internacional sobre la igualdad de género
En muchos países, la cuestión de los apellidos y la igualdad de género sigue siendo un tema polémico. En el Reino Unido, por ejemplo, cualquier persona puede cambiar su apellido por medio de una declaración jurada, lo que da mayor libertad a los individuos. En cambio, en muchos países europeos, incluida Holanda, existen reglas mucho más restrictivas. Además de la discriminación que las mujeres experimentan en la transmisión del apellido, la ley también plantea interrogantes sobre la libertad de las personas para elegir cómo desean ser identificadas.
La larga espera por la igualdad
Para Annemijn Niehof, una madre de Ámsterdam de 46 años, poder transmitir su apellido a su hija de tres años es un acto de equidad y reconocimiento. Después de perder su caso en los tribunales, Niehof ha apelado la decisión. “Quiero que sepa que es importante luchar por la igualdad de derechos”, afirma. Niehof ha nombrado a su hija en honor a la activista de derechos civiles Rosa Parks, un símbolo de resistencia y justicia social.
El debate sobre la transmisión del apellido en los Países Bajos refleja una tensión mayor entre los avances en los derechos de las mujeres y las estructuras legales y sociales tradicionales. Mientras que la ley permite a los padres elegir un apellido compuesto, el requerir el consentimiento de ambos padres, y especialmente que el apellido de la madre sea secundario, muestra que aún queda mucho por hacer en términos de igualdad de género.
Como bien dice Rebecca Lee, “un niño debe tener un poco de ambos, no solo del padre”. Mientras se sigue debatiendo esta cuestión en los tribunales y en la sociedad, el cambio sigue siendo un objetivo necesario y urgente en la búsqueda de una verdadera igualdad entre géneros.
Crédito fotográfico: David Levene / The Guardian