
THE LATIN VOX (23 de julio del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
Una docena de hombres enmascarados, vestidos de negro, se plantaron frente al ayuntamiento de London, Ontario, gritando “¡Deportaciones masivas ya!” y “¡No más sangre por Israel!”, mientras sostenían pancartas con los mismos lemas. Para muchos en Estados Unidos, esta escena resulta familiar.
Para Canadá, sin embargo, marca la alarmante llegada de una nueva y peligrosa exportación: los active clubs —clubes de pelea neonazis nacidos en suelo estadounidense que están proliferando por todo el mundo.
Nacidos en EE.UU., sembrados en el mundo
Inspirados en una mezcla de machismo militarizado del Tercer Reich y la violencia tribal de los hooligans europeos, los active clubs comenzaron como grupos locales de entrenamiento físico y artes marciales, pero rápidamente se transformaron en centros de reclutamiento para ideologías fascistas, racistas y ultranacionalistas.
Hoy, según el Global Project Against Hate and Extremism (GPAHE), estos grupos ya operan en al menos 27 países, incluyendo Suecia, Reino Unido, Suiza, Australia, Finlandia, Chile y Colombia.
Su mensaje es claro: redefinir la supremacía blanca como disciplina física, camaradería masculina y preparación paramilitar. Y lo están logrando a través de redes sociales como Telegram, donde difunden propaganda, manuales de entrenamiento y estrategias de organización.
El arquitecto del odio
Rob Rundo, un neoyorquino con antecedentes penales por incitación a disturbios en protestas políticas, es el ideólogo original detrás de estos clubes. Fundador del grupo neonazi Rise Above Movement, Rundo reformuló su visión después de su participación en el violento mitin de Charlottesville en 2017. Su nuevo modelo apostaba por la descentralización: clubes autónomos, locales, difíciles de rastrear, pero unidos ideológicamente.
“Diseñó los active clubs para que fueran células independientes, pero bajo una misma lógica de odio”, explica Heidi Beirich, directora de GPAHE. Aunque Rundo no dirige los capítulos internacionales, sus ideas siguen siendo el núcleo ideológico del movimiento.
El gimnasio como campo de adoctrinamiento
Lo inquietante del modelo es su fachada inofensiva: se presentan como grupos de bienestar físico, camaradería masculina o defensa personal. Pero detrás de los guantes de boxeo y las rutinas de entrenamiento, se esconde una pedagogía del odio.
Uno de los casos más notorios es el de Thomas Sewell, un neonazi australiano que organiza torneos de artes marciales para reclutar nuevos miembros. Según informes, Sewell incluso intentó atraer al autor de la masacre de Christchurch antes del ataque. Tanto él como Rundo ven en el entrenamiento físico un medio para forjar “soldados callejeros” al servicio del fascismo.
“El objetivo es estar listos para una guerra racial”, señala Beirich. “Y esa guerra, según ellos, ya ha comenzado”.
América Latina no es inmune
Por primera vez, la presencia de active clubs ha sido confirmada en Latinoamérica, con células emergentes en Chile y Colombia.
En países marcados por desigualdades y tensiones políticas, estos grupos están encontrando un terreno fértil para esparcir su mensaje, apelando a jóvenes desencantados con las instituciones tradicionales y fascinados por un discurso de “orden, identidad y fuerza”.
Lo que antes era una amenaza localizada en Estados Unidos, ahora es una red internacional, vinculada por plataformas digitales, que comparte tácticas, entrenadores, y sobre todo, ideología.
Una lucha más allá del octágono
Este modelo no actúa solo. Grupos ultraderechistas estadounidenses como Patriot Front —conocido por sus marchas coreografiadas y su estética militar— se han vinculado abiertamente con los active clubs.
Thomas Rousseau, líder de la organización, ha publicado imágenes de entrenamientos de combate cuerpo a cuerpo junto a miembros de estas células. La colaboración entre ambos grupos es frecuente y documentada.
En Telegram, se cruzan mensajes como: “Únete a Patriot Front si estás en América”. La sinergia entre el radicalismo político y la violencia organizada ya no es una teoría, es una estrategia.
¿Qué podemos hacer?
El auge de estos clubes plantea un desafío complejo para gobiernos, fuerzas de seguridad y la sociedad civil: ¿cómo combatir una amenaza que se disfraza de deporte, que recluta desde gimnasios y parques, que se organiza sin jerarquías formales y que se propaga más rápido que las medidas que buscan contenerla?
La respuesta comienza por la visibilidad. Denunciar, documentar y desmantelar sus redes no es solo responsabilidad de las autoridades, sino también de plataformas digitales, comunidades locales y medios de comunicación.
La historia ha demostrado que la violencia ideológica nunca empieza con una marcha masiva. Empieza con pequeños grupos, entrenando en silencio, convencidos de que la lucha ya ha comenzado. Esta vez, no podemos darnos el lujo de ignorarlos.
Crédito fotográfico: ABC News