THE LATIN VOX (19 de diciembre del 2024).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
La relación de Donald Trump con los medios de comunicación siempre ha sido tensa, pero ahora ha escalado a un nivel alarmante. El presidente electo ha demandado al Des Moines Register simplemente por publicar una encuesta que, erróneamente, predijo que Kamala Harris ganaría Iowa. Esta nueva ofensiva forma parte de lo que parece ser una gira de venganza contra la prensa, que se ha convertido en uno de sus principales objetivos tras regresar a la Casa Blanca.
En su declaración el lunes, Trump dejó claro que no planea frenar su cruzada contra los medios: “Debería haber sido el Departamento de Justicia o alguien más, pero tengo que hacerlo yo”, aseguró, dejando entrever que la lucha contra lo que considera corrupción en los medios es ahora una de sus prioridades. “Cuesta mucho dinero hacerlo, pero tenemos que enderezar a la prensa”, dijo, ampliando su discurso sobre la desconfianza que siente hacia los periodistas y su trabajo. De acuerdo con Trump, los medios de comunicación en Estados Unidos están «muy corruptos», casi tanto como el sistema electoral del país.
Este ataque a los medios no es un incidente aislado. Representa un patrón que se ha visto en la administración anterior y que parece acentuarse con el regreso de Trump. Durante su mandato, Trump no dudó en calificar a los periodistas de «enemigos del pueblo», haciendo de la retórica anti-prensa una parte fundamental de su discurso político. Hoy, ese enfrentamiento se profundiza, con demandas legales que amenazan la libertad de prensa y ponen en duda la independencia de los medios.
Lo más inquietante es que en un contexto tan polarizado, Trump sigue recibiendo el apoyo de amplios sectores de la sociedad que comparten su visión de que los medios están parcializados y no representan la verdad.
En lugar de buscar la reparación de lo que considera injusticias en la cobertura de su figura, el presidente electo parece estar usando el poder judicial como una herramienta para amordazar a la prensa. Esto plantea serias preocupaciones sobre la salud de la democracia en un país donde la libertad de expresión ha sido uno de sus pilares fundamentales.
Mientras tanto, en otro rincón de Estados Unidos, la tragedia en Wisconsin destaca la grave contradicción de la política de Trump. El lunes, una estudiante de 15 años mató a dos personas, hirió a otras seis y luego se quitó la vida con una pistola de 9 mm.
Sin embargo, en la retórica del gobierno de Trump, las armas y el derecho a la posesión de armas, amparado por la Segunda Enmienda, siguen siendo inquebrantables. La Corte Suprema de EE. UU. ha otorgado a las armas las mismas protecciones constitucionales que a la libertad de expresión o de culto, lo que deja claro que en el “Trumpworld”, las armas tienen un valor mucho mayor que la libertad de prensa.
Esta contradicción subraya las prioridades de Trump: mientras las armas siguen siendo una piedra angular de su discurso político, los medios de comunicación, que desempeñan un papel vital en el ejercicio de la libertad de expresión y la supervisión del poder, son considerados enemigos a derrotar. En un país donde la polarización política sigue creciendo, la defensa de la prensa libre se convierte en un frente crucial para quienes valoran la democracia y los derechos civiles.
Lo que estamos presenciando no es solo un ataque a los medios; es una reconfiguración de los valores fundamentales sobre los que se basa la nación. En lugar de fomentar un debate abierto y saludable, Trump y sus aliados parecen dispuestos a silenciar las voces disidentes, ya sea a través de la amenaza legal o mediante la desinformación.
En un momento en que la integridad de las instituciones estadounidenses está bajo escrutinio, esta guerra contra la prensa es uno de los desafíos más serios para la democracia en el país.
La pregunta es, ¿hasta dónde llegará esta guerra de Trump contra la prensa? Y más importante aún, ¿cómo responderán los medios y la sociedad en general ante estos intentos de minar la libertad de prensa? Lo que está en juego no es solo la supervivencia de los medios de comunicación, sino la esencia misma de lo que significa vivir en una democracia.
Crédito fotográfico: Freedom of the Press Foundation.