En el complejo ajedrez de la política exterior, la vicepresidenta Kamala Harris se encuentra en una posición delicada. Aunque no es una ferviente admiradora del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, su apoyo a Israel es innegable. Mientras expresa preocupación por los civiles palestinos atrapados en el fuego cruzado en Gaza, también defiende la necesidad de derrotar a Hamas y el derecho de Israel a defenderse.
La situación se complica aún más por su papel como vicepresidenta leal a Joe Biden. Aunque debe considerar a los votantes en estados clave como Michigan, con su gran población árabe-estadounidense, también debe sopesar las preocupaciones de los grupos pro-Israel que podrían movilizarse en su contra. La visita de Netanyahu a Washington esta semana pondrá a prueba esa tensión. Aunque Harris se reunirá con él en la Casa Blanca, no presidirá su discurso ante el Congreso debido a un conflicto de programación.
En última instancia, si Harris llega a la presidencia, es probable que exprese más simpatía retórica hacia el sufrimiento de los civiles palestinos y presione a Netanyahu para poner fin al conflicto en Gaza. Sin embargo, en términos generales, su política hacia israelíes y palestinos no diferirá significativamente de la de Biden.
La política exterior es un tablero de ajedrez complejo, y Harris debe mover sus piezas con cuidado para equilibrar las expectativas y las realidades geopolíticas. Aunque algunos demócratas ven en ella una esperanza, la realidad podría ser más matizada de lo que imaginan.