Noruega debate su impuesto a la riqueza en una elección marcada por la ira social

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THE LATIN VOX (7 de septiembre del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.

El “formuesskatt”, el impuesto sobre la riqueza, se ha convertido en el epicentro de la campaña electoral en Noruega. En vísperas de las elecciones generales del lunes, el país escandinavo vive un encendido debate que divide a la sociedad, enfrenta a partidos de izquierda y derecha y pone en jaque a uno de los sistemas fiscales más singulares de Europa.

Aunque en términos absolutos recauda 32.000 millones de coronas al año (unos 2.400 millones de libras), en proporción a la economía noruega representa mucho más: sería el equivalente a más de 17.000 millones de libras si se aplicara en el Reino Unido. Sus defensores lo consideran la piedra angular de un modelo progresivo que ha permitido construir una de las sociedades más igualitarias del continente.

Una brecha política y cultural

Para la izquierda, mantener el impuesto es una cuestión de justicia social. “Los más ricos disfrutan de bienes públicos como estabilidad, seguridad social y sanidad gratuita. Deben contribuir en mayor medida”, sostiene Annette Alstadsæter, directora del Centro de Investigación Fiscal de la Universidad de Ciencias de la Vida.

Para la derecha y los populistas, el gravamen representa un lastre para el emprendimiento y un incentivo para que los millonarios se marchen. No en vano, más de 30 grandes fortunas abandonaron el país en 2022, entre ellas Kjell Inge Røkke, el cuarto hombre más rico de Noruega, quien trasladó su residencia a Suiza. “Si el Partido Laborista gana y mantiene el impuesto, veremos un éxodo aún mayor”, advierte la economista Mathilde Fasting, del think tank liberal Civita.

Una batalla que trasciende la economía

El debate ha alcanzado tintes de “guerra cultural”. Jóvenes aspiracionales, muchos de ellos aún lejos de pagar el impuesto, se suman a campañas en redes sociales contra el formuesskatt. En un popular canal de YouTube, cuatro presentadores celebraban con champán sobre sus relojes de lujo mientras denunciaban a los “refugiados fiscales”.

Al otro lado, la líder de la Izquierda Socialista mantiene en su oficina un “muro de la vergüenza” con los nombres de empresarios que intentan evadirlo. Incluso se han lanzado canciones de protesta satíricas que se viralizan en LinkedIn.

Los expertos, por su parte, sufren ataques y campañas de desinformación. Algunos, como Alstadsæter, han abandonado las redes sociales para evitar el acoso. “La gente está muy enojada. O eres totalmente a favor o totalmente en contra”, explica.

El retorno de Stoltenberg

En medio de esta tormenta política, Jens Stoltenberg, ex primer ministro y hasta hace poco secretario general de la OTAN, ha regresado como ministro de Finanzas. Conocido como “el susurrador de Trump” por sus dotes diplomáticas, ha prometido una comisión multipartidista para revisar todo el sistema impositivo si el Partido Laborista logra mantenerse en el poder.

Gracias a su figura, los laboristas han repuntado en las encuestas y se sitúan por delante del populista Partido del Progreso, que promete eliminar el impuesto, y de los conservadores moderados de Høyre, que plantean reducirlo drásticamente.

Una vieja tradición en juego

El impuesto sobre el patrimonio existe en Noruega desde 1892 y sigue vigente en solo tres países europeos: Noruega, España y Suiza. Se aplica de manera progresiva a quienes poseen más de 1,7 millones de coronas en activos, con un tipo del 1% que sube al 1,1% para fortunas superiores a 20,7 millones.

En la práctica, 720.000 ciudadanos lo pagan, aunque la mayoría aporta sumas reducidas. Los más acaudalados, sin embargo, concentran gran parte de la recaudación: en 2023, Gustav Magnar Witzøe, heredero del emporio salmonero SalMar, abonó 330 millones de coronas. Con la propuesta de los conservadores de excluir el “capital de trabajo” de las empresas, su contribución caería a cero.

Entre igualdad y fuga de capitales

Los críticos advierten que el impuesto obliga a empresarios a retirar dividendos de sus compañías solo para pagar al fisco, reduciendo capacidad de inversión. Pero los defensores replican que el sistema es esencial para financiar un Estado de bienestar que garantiza sanidad y educación gratuitas, y que ha permitido a generaciones de noruegos innovar con un colchón de seguridad detrás.

“Es un impuesto difícil de esquivar y por eso genera tanta oposición”, resume el investigador Simen Markussen. “Aporta solo el 4,5% de la recaudación personal, pero es lo bastante significativo como para que, si se elimina, alguien deba responder de dónde saldrán esos fondos.”

Con las urnas a punto de abrirse, el resultado electoral no resolverá el dilema de fondo: si un país rico en petróleo y con un fondo soberano que financia una cuarta parte del gasto público necesita o no un impuesto a la riqueza. Pero en la Noruega de 2025, más que cifras, el formuesskatt se ha convertido en un símbolo de identidad, justicia y pertenencia.

Crédito fotográfico: CNN


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