
THE LATIN VOX (23 de julio del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
Esta semana, algo dejó de ser gracioso … CBS anunció la cancelación de The Late Show with Stephen Colbert, apenas 48 horas después de que el presentador criticara públicamente a su empresa matriz, Paramount, por pagar millones de dólares a Donald Trump.
En un país donde la sátira ha sido refugio, espejo y denuncia, esta decisión no parece inocente. Y aunque la cadena insiste en que se trata de una decisión «puramente financiera», uno no puede evitar preguntarse: ¿acaso no es también profundamente política?
Un chiste incómodo para los poderosos
La cancelación de Colbert ocurre en medio de negociaciones para vender Paramount a Skydance, una operación que necesita el visto bueno del gobierno. Coincidentemente, el día después de que el CEO de Skydance se reuniera con la FCC para hablar sobre “decisiones editoriales” de CBS, Colbert fue informado que su show —el de mayor rating en la televisión nocturna— tenía los días contados.
Si esto no es censura directa, lo imita bastante bien. Porque incluso si la decisión fue económica, se hizo sabiendo que Trump la vería como una victoria. Y en un ecosistema mediático tan frágil, eso basta para que la verdad duela más que el chiste.
La pérdida de una realidad compartida
La televisión nocturna ha sido, históricamente, un espacio de catarsis colectiva. En una era dominada por algoritmos, burbujas ideológicas y deepfakes, ver a un presentador como Colbert señalar lo absurdo y decir “esto es real, y sí, es una locura”, tenía un efecto balsámico.
Perder un programa de este calibre no es solo perder una fuente de entretenimiento. Es perder un punto de encuentro. Un lugar donde millones podían coincidir en una realidad compartida, aunque fuera por 10 minutos antes de dormir.
La verdad como base del humor
Como escritor de comedia, puedo decirlo sin rodeos: los chistes solo funcionan si se basan en la verdad.
Por eso, los guionistas de televisión nocturna son sometidos a los procesos de verificación más rigurosos de la industria. Más que los periodistas. Más que los autores. Porque la risa, para ser auténtica, necesita sostenerse en algo real.
Y eso molesta. Porque reírse del poder es una forma de ponerlo en su sitio. Por eso la comedia incomoda tanto a los que mandan. Por eso el poder prefiere que no haya chistes, que no haya Colberts. Y por eso debemos defenderlos.
Si no aguantan las bromas, no deberían liderar
Si nuestros líderes —y las corporaciones que los sostienen— no pueden tolerar una broma en televisión, el problema no está en los escritores. Está en el sistema. En la fragilidad de un liderazgo que necesita silenciar la risa para mantenerse de pie.
El humor es una herramienta vital en cualquier sociedad libre. No es solo distracción. Es resistencia. Es testimonio. Es el momento en el vagón del metro cuando alguien hace algo absurdo y cruzas la mirada con otro pasajero para confirmar: “Sí, lo vi. No estás loco”.
Stephen Colbert era ese pasajero. Uno con micrófono, audiencia y agallas. Y aunque su programa tenga fecha de vencimiento, el mensaje detrás de su cancelación ya se escribió con tinta indeleble: necesitamos menos líderes ofendidos, y más comediantes que se atrevan a decir la verdad.
Porque EE.UU. —y el mundo— ya ha recibido demasiados golpes en la cara. Y una buena broma, a veces, es lo único que puede detener el siguiente.
Crédito fotográfico: The New York Times