
THE LATIN VOX (18 de enero del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
Con la llegada de Donald Trump a su segunda toma de posesión como presidente de los Estados Unidos, el panorama político estadounidense parece haberse transformado en un juego de poder protagonizado por las figuras más poderosas de Silicon Valley.
En este nuevo capítulo de la convergencia entre dinero y política, lo que está en juego no es solo el futuro de la nación, sino una reconfiguración radical de lo que significa la relación entre el Estado y el capital privado.
A medida que los multimillonarios del mundo tecnológico se colocan en asientos de primera fila en la inauguración de Trump, su influencia va mucho más allá de una simple conexión política; su visión de un mundo sin democracia está tomando forma.
El autor de Crack-Up Capitalism, Quinn Slobodian, ofrece una perspectiva inquietante sobre el poder de los ultramillonarios, quienes no solo ostentan fortunas colosales, sino que también influyen directamente en las decisiones políticas. Durante su último discurso como presidente, Joe Biden describió a Estados Unidos de la manera en que comúnmente se refiere a sus adversarios: como una oligarquía.
El temor de Biden sobre la «concentración peligrosa del poder en manos de unos pocos ultra-ricos» refleja la creciente influencia de los megamillonarios en la administración entrante de Trump, que promete ser aún más rica y más poderosa que la de su primer mandato.
Según algunas estimaciones, los miembros del gabinete de Trump tendrán un patrimonio neto combinado de más de $7,000 millones, un aumento impresionante en comparación con su primer mandato.
Este fenómeno no es nuevo. El poder y la riqueza siempre han estado estrechamente vinculados en Estados Unidos, pero lo que está cambiando ahora es el enfoque de Silicon Valley sobre el Estado-nación. Mientras que Wall Street tradicionalmente ha dominado la intersección entre los sectores privado y público, figuras como Elon Musk, Peter Thiel y David Sacks están llevando su influencia más allá del capitalismo financiero hacia una nueva era: el “complejo tecno-industrial”.
En este nuevo orden, los intereses de Silicon Valley son claros. Más allá de los beneficios clásicos que buscan los magnates de los negocios —como la reducción de impuestos y la eliminación de regulaciones—, hay un objetivo más radical y profundo: la creación de un nuevo orden que minimice la influencia del Estado.
El caso de Elon Musk es particularmente revelador. Su visión de un futuro en Marte, el renacer de las «ciudades corporativas» y la idea de “secesión suave” son solo algunos de los ejemplos que apuntan a un rechazo de las estructuras estatales tradicionales. Musk, al igual que otros en Silicon Valley, parece más dispuesto a escapar de las fronteras nacionales, buscando espacios donde el poder político se diluye frente al dominio económico.
En lugar de fortalecer la nación, estos nuevos titanes tecnológicos parecen aspirar a una forma de capitalismo globalizado, donde las leyes nacionales ya no son suficientes para gobernar los intereses de una élite transnacional.
Figuras como Thiel, quien en 2009 propuso la creación de miles de nuevos países para “aumentar la libertad”, dejan entrever un deseo de fragmentar el orden global, mientras que las grandes empresas tecnológicas, como SpaceX o Palantir, ya están profundamente integradas en el aparato de defensa y seguridad del gobierno estadounidense.
Lo que está en juego aquí es una redefinición del poder político en términos que van más allá de los intereses de una nación y se orientan hacia la creación de “estados en red” privados, desafiando la idea misma de soberanía estatal.
Si bien el capitalismo siempre ha sido una fuerza dominante en la política estadounidense, la diferencia es que ahora las nuevas élites tecnológicas parecen más interesadas en crear un mundo sin fronteras, donde el dinero y el poder no estén atados a un territorio determinado.
Este enfoque pone en evidencia una paradoja fundamental: mientras Trump se rodea de figuras como Musk, Sacks y Thiel, quienes desafían abiertamente la autoridad del Estado, el mismo Trump, con su enfoque pragmático de los negocios, se ha convertido en un facilitador de estas ambiciones.
A pesar de las tensiones con los nacionalistas como Steve Bannon, la convergencia de intereses entre el dinero de Silicon Valley y la política de Trump podría ser una de las fuerzas más disruptivas que Estados Unidos haya visto en años.
El temor que Biden expresó sobre el poder oligárquico en manos de unos pocos ultra-ricos es más relevante que nunca. Lo que está en juego no es solo la política estadounidense, sino el futuro de la democracia misma, a medida que los gigantes tecnológicos buscan reescribir las reglas del juego y redefinir el equilibrio entre el poder estatal y el poder corporativo.
El ascenso de este nuevo poder parece ser el preludio de una era en la que los Estados-nación se vean cada vez más eclipsados por las corporaciones globales, cuyo poder ya rivaliza con el de los gobiernos más poderosos del mundo.
Crédito fotográfico: Financial Times montage/Getty Images