Protestas “No Kings”: EE.UU. enfrenta el reflejo autoritario de Donald Trump

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THE LATIN VOX (18 de octubre del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.

Millones de estadounidenses salieron este sábado a las calles en las 50 entidades del país para participar en las protestas “No Kings”, una movilización masiva que denuncia el giro autoritario del gobierno de Donald Trump y su intento de concentrar poder político bajo una retórica cada vez más personalista.

Con más de 2,700 eventos organizados —desde pequeñas localidades rurales hasta las mayores ciudades del país— la jornada representa un punto de inflexión en el clima político estadounidense.

Más allá del tamaño de las marchas, su significado radica en la amplitud y diversidad del rechazo: una movilización simultánea en todo el territorio nacional contra lo que muchos ven como la erosión del equilibrio institucional que define a la república estadounidense.

De la parálisis a la organización

Las manifestaciones llegan apenas seis meses después de que el Partido Demócrata y los movimientos progresistas parecieran desarticulados tras las derrotas electorales que consolidaron el control republicano sobre la Casa Blanca y el Congreso.

El resurgimiento de la calle sugiere un cambio estratégico: pasar de la reacción a la organización sostenida.

“Estamos viendo algo que no ocurría desde los años sesenta”, afirma Ezra Levin, cofundador de Indivisible, uno de los grupos que coordina las marchas. “La resistencia no es ya una respuesta esporádica; es una infraestructura política en desarrollo.”

Esa descentralización es precisamente lo que distingue a No Kings. Mientras las grandes marchas de 2017 o 2020 se concentraron en Washington DC, esta vez la protesta se expandió a todos los estados, reflejando una táctica deliberada para demostrar que la oposición a Trump no se limita a los centros urbanos liberales.

La narrativa del poder y el miedo

El detonante inmediato de las protestas ha sido la decisión del gobierno de enviar fuerzas federales a varias ciudades, en ocasiones sin coordinación con las autoridades locales. El gesto, justificado por la administración como una “respuesta a la anarquía urbana”, es visto por los manifestantes como un intento de militarizar la seguridad interna y debilitar la autonomía municipal.

En Chicago, el alcalde Brandon Johnson acusó a la Casa Blanca de buscar “una revancha de la guerra civil”, mientras en Atlanta, el senador Raphael Warnock advirtió sobre “la normalización del enemigo interno”. Ambos discursos apuntan al mismo diagnóstico: la retórica presidencial, que insiste en “recuperar el orden”, está reconfigurando la idea de ciudadanía en términos de lealtad política.

El propio Trump respondió en Fox News que “no es un rey”, pero sus declaraciones recientes sobre la posibilidad de un tercer mandato —inconstitucional bajo la 22ª enmienda— alimentan la percepción de que el mandatario está probando los límites del sistema.

El regreso del simbolismo republicano

El lema “No Kings” funciona como síntesis ideológica del movimiento: una evocación del principio fundacional estadounidense según el cual ningún líder puede situarse por encima de la ley. Al elegir ese marco simbólico, los organizadores buscan confrontar el culto a la personalidad que rodea a Trump con los valores republicanos originales del país.

Más de 200 organizaciones firmaron su adhesión al movimiento, desde sindicatos hasta asociaciones estudiantiles y grupos de derechos civiles. Todos insisten en la naturaleza no violenta de la protesta y en su propósito de reafirmar los contrapesos democráticos frente a la centralización del poder ejecutivo.

Lisa Gilbert, copresidenta de Public Citizen, lo resumió así:

“El presidente quiere que tengamos miedo, pero el miedo no es política. La política es organización, y la organización es poder ciudadano.”

Entre la disidencia y la institucionalidad

El desafío para los organizadores es mantener la presión sin caer en el enfrentamiento directo que el propio Trump parece buscar. La Casa Blanca y varios gobernadores republicanos —entre ellos Greg Abbott en Texas— han intentado asociar las protestas con grupos radicales o con el movimiento antifa, una estrategia que busca deslegitimar la disidencia al presentarla como amenaza.

Sin embargo, la magnitud de las marchas sugiere que el descontento trasciende las etiquetas partidistas. Incluso dentro de sectores moderados del Partido Demócrata y entre algunos independientes comienza a consolidarse la percepción de que la administración ha cruzado líneas fundamentales en su relación con el poder civil.

Una batalla por el significado de la democracia

Lo que está en juego no es solo la popularidad de Trump, sino la interpretación misma de la democracia estadounidense. Las instituciones —el Congreso, la Corte Suprema, los gobiernos locales— se enfrentan a la prueba de su propia resiliencia ante un ejecutivo que desafía abiertamente sus límites.

El senador Bernie Sanders, presente en la marcha de Washington, lo expresó en términos históricos:

“No salimos a las calles porque odiemos a América, sino porque amamos su promesa. Luchamos para honrar a quienes murieron defendiendo la libertad frente al poder absoluto.”

Las protestas No Kings no resolverán por sí solas la tensión entre autoridad y libertad que atraviesa al país, pero marcan un punto de referencia: una ciudadanía que, al menos por un día, volvió a recordar que la primera revolución estadounidense comenzó precisamente con una negación —la de los reyes.

Crédito fotográfico: Estoy en la Frontera


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