THE LATIN VOX (3 de enero del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
Trinidad y Tobago, una nación de aproximadamente 1.5 millones de habitantes y una vez considerada la más rica del Caribe, atraviesa una de las etapas más oscuras de su historia reciente. La violencia armada, los asesinatos y la corrupción desangran las calles, mientras la respuesta del gobierno se limita a declaraciones vacías y una total falta de responsabilidad.
A finales del año 2023, en un intento por controlar la crisis de inseguridad, el gobierno declaró un estado de emergencia tras un fin de semana de violencia sin precedentes. Sin embargo, muchos se preguntan si este es realmente el comienzo de una solución o simplemente una cortina de humo ante la incapacidad de enfrentar el problema de fondo.
A pesar de que la situación en las calles es alarmante, con una tasa de homicidios en 2024 que alcanzó cifras récord de 623 asesinatos, los ministros que han estado al frente de este colapso social no parecen tener intención de asumir su responsabilidad.
El ministro de Seguridad Nacional, Fitzgerald Hinds, y el fiscal general interino, Stuart Young, ofrecieron una conferencia de prensa plagada de vaguedades, en la que intentaron justificar la declaración del estado de emergencia, pero lo que realmente faltó fue la presencia del primer ministro, Keith Rowley, quien alegó que su asistencia sería “inapropiada”. Este vacío de liderazgo no es un incidente aislado, sino la continuación de una serie de decisiones y actitudes que han profundizado la crisis en el país.
Una crisis de corrupción y violencia sin freno
La situación de Trinidad y Tobago no es solo una cuestión de violencia; la nación está atrapada en una espiral de corrupción, tráfico de personas y narcotráfico. A menudo vista como un punto de tránsito para la cocaína y otras drogas provenientes de Sudamérica, el país también se enfrenta a un grave problema de tráfico de personas, siendo las mujeres jóvenes las principales víctimas.
A pesar de estos desafíos, el gobierno, lejos de centrarse en la seguridad de los ciudadanos, se ha centrado en la protección de la economía, especialmente en el próximo Carnaval de 2025. En lugar de imponer toques de queda o restricciones a las reuniones públicas para contener la violencia, el gobierno ha priorizado el «disfrute de la fiesta», dejando a la población vulnerable a la creciente criminalidad.
La respuesta del gobierno ha sido desalentadora. La estrategia de los ministros se ha limitado a palabras de «decepción» y promesas vacías. Los ciudadanos, que viven atrapados tras puertas y ventanas con rejas, observan impotentes cómo la delincuencia avanza mientras los responsables de la seguridad y el orden social parecen completamente desconectados de la realidad. En lugar de abordar la raíz del problema, el gobierno opta por mantener una imagen de normalidad, una normalidad que solo existe para quienes disfrutan de los privilegios del poder.
El círculo vicioso de la ineficacia política
Lo que está en juego en Trinidad y Tobago no es solo la violencia, sino también la falta de una gobernanza efectiva. El Partido Nacional del Pueblo (PNM) ha gobernado casi de manera continua durante 47 de los 62 años de independencia del país, lo que ha creado una estructura política profundamente arraigada que es incapaz de abordar las verdaderas necesidades de la nación.
Este estancamiento político ha impedido la renovación de ideas y la responsabilidad de los líderes, quienes siguen enriqueciéndose mientras el pueblo enfrenta una creciente pobreza, una infraestructura en ruinas y una inseguridad insoportable.
El primer ministro Keith Rowley, lejos de asumir su responsabilidad, se ha caracterizado por desviar la culpa y atacar a los críticos. En 2024, mientras la violencia y la pobreza aumentaban, su gobierno se centró en arrestar a un youtuber por sedición y en investigar amenazas de un hombre relacionado con el sistema de licencias, mientras las verdaderas amenazas sociales seguían sin control. La incompetencia de los ministros, como el de Finanzas, Colm Imbert, ha sido evidente durante años, con un manejo económico desastroso que ha dejado al país con un desequilibrio grave en las reservas de divisas.
La falta de liderazgo y el miedo al cambio
El clima de insatisfacción ha generado un profundo cuestionamiento entre los ciudadanos: ¿por qué siguen votando a favor de un sistema político que claramente no cumple con sus expectativas? La respuesta parece ser una mezcla de inercia política y una falta de alternativas. Muchos se sienten atrapados en un ciclo donde el cambio parece imposible, ya que el mismo partido ha dominado la política del país durante generaciones, afianzando una cultura de impunidad y corrupción.
A medida que Trinidad y Tobago se enfrenta a un futuro incierto, la pregunta persiste: ¿cómo puede el país salir de esta crisis de violencia y estancamiento político? Lo que se necesita no son promesas vacías ni declaraciones de «decepción», sino un cambio radical en la forma de gobernar, una reestructuración profunda de la política y un compromiso genuino con la justicia y la seguridad. Si el país sigue siendo gobernado por la parálisis política, las promesas de un futuro mejor seguirán siendo solo eso: promesas sin cumplimiento.
Crédito fotográfico: Andrea de Silva/Reuters