
THE LATIN VOX (26 de agosto del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
En Ucrania, la guerra no solo deja cicatrices visibles en ciudades destruidas y familias desplazadas, sino también una amenaza invisible que seguirá cobrando vidas mucho después de que cesen los bombardeos: las minas y artefactos sin explotar.
Hoy, alrededor de una cuarta parte del territorio ucraniano —un área mayor que Inglaterra— está contaminada con explosivos, lo que convierte al país en uno de los más minados del mundo. Calles, parques, bosques y hasta campos agrícolas que antes alimentaban comunidades enteras se han transformado en trampas mortales.
En la ciudad de Shostka, a menos de 50 kilómetros de la frontera rusa, la población vive bajo el constante asedio de drones y artillería. Pero lo que más preocupa a sus habitantes es lo que queda después de cada ataque: minas y proyectiles sin detonar.
“Están por todas partes, caen de drones o son esparcidas por cohetes. Una familia murió hace poco en una carretera que habían recorrido toda su vida. Esa mina fue puesta recientemente, seguramente desde el aire”, relata Yelyzaveta Kyseliova, especialista en explosivos de apenas 21 años.
La tragedia se repite en distintas regiones. En Jersón, Liudmyla Kryvorotko perdió a dos de sus hijos cuando su coche pasó por una carretera minada por las fuerzas rusas en retirada. “Mi hijo de 19 años y mi hija de 22 murieron en el acto. Mi hija menor resultó gravemente herida y mi hijo adolescente, aun con conmoción, logró sacarnos del vehículo. Llevamos las cicatrices en el cuerpo y en el alma”, cuenta.
Según el Servicio Estatal de Emergencias de Ucrania, desde el inicio de la invasión a gran escala casi 1.000 personas han resultado heridas y 359 han muerto por minas y restos explosivos, entre ellas al menos 18 niños. Expertos de la ONU estiman que hay más de un millón de minas dispersas en el país, muchas de ellas colocadas de forma deliberada en áreas civiles para convertir carreteras y campos en trampas mortales.
La magnitud del problema no tiene precedentes. Paul Heslop, especialista en desminado de Naciones Unidas, advierte que la complejidad y escala de la situación superan lo visto en otros conflictos recientes: “No solo hablamos de minas antipersona, sino también de minas antitanque y de enormes cantidades de proyectiles y cohetes sin explotar”.
La crisis también ha generado un dilema político. Ucrania, junto a varios de sus vecinos, ha anunciado su retirada del Tratado de Ottawa, que restringe el uso de minas terrestres. El Gobierno justifica la decisión como una medida de defensa frente a Rusia, aunque asegura que las operaciones de desminado siguen siendo una prioridad.
Mientras tanto, organizaciones como la Cruz Roja trabajan en campañas de educación para advertir a la población sobre los riesgos. Pero los expertos admiten que cambiar conductas es difícil: “La gente se acostumbra a la guerra. Mientras no les pase nada, creen que no corren peligro”, explica Kyseliova.
La amenaza de las minas es especialmente peligrosa para niños y adolescentes, que por curiosidad o imprudencia manipulan objetos sin reconocer el riesgo. Como recuerda una madre en Jersón: “Aquí ya no hay caminos seguros. La guerra nos persigue incluso cuando tratamos de rehacer nuestras vidas”.
En Ucrania, la paz futura tendrá que librar otra batalla: limpiar el suelo de la guerra invisible que hoy convierte cada paso en un riesgo mortal.
Crédito fotográfico: RFI