Imagínate un mundo completamente estéril. Ante ti hay un paisaje volcánico, desprovisto de flora y fauna. Esparcidas por esta extensión gris y negra hay cuerpos de agua poco profundos. En cada una de estas piscinas naturales se elabora una combinación precisa de sustancias químicas y condiciones físicas que podrían servir como fuente de vida en nuestro planeta. Algunos científicos han teorizado que la escena podría haberse parecido mucho a ésta, en lugar de un escenario oceánico, cuando la vida surgió por primera vez en la Tierra hace aproximadamente 4.000 millones de años.
Un estudio reciente, centrado en un lago actual en la provincia canadiense de Columbia Británica, ofrece nuevas pruebas que respaldan esta idea. El lago en cuestión se llama Last Chance y se encuentra en una meseta volcánica a más de 1.000 metros (3.280 pies) sobre el nivel del mar. A pesar de su modesta profundidad (no más de 1 pie), este lago contiene los niveles más altos de fosfato concentrado jamás registrados en cualquier cuerpo de agua natural de la Tierra.
El fosfato es un componente crítico de las moléculas biológicas y contiene fósforo, el elemento fundamental para la vida. Según el coautor del estudio, el profesor David Catling de la Universidad de Washington, el lago Last Chance podría haber sido una “cuna de vida” en la Tierra antigua. Los lagos ricos en carbonatos, como este, podrían haber proporcionado las condiciones adecuadas para la síntesis de los componentes básicos de la vida.
Este descubrimiento avanza nuestra comprensión científica sobre cómo comenzó la vida en nuestro planeta. Si tuviéramos lagos similares en la Tierra antigua, podrían haber sido lugares prometedores para el origen de la vida. Así que, en este modesto lago canadiense, encontramos pistas fascinantes sobre nuestros orígenes y la posibilidad de que la vida haya surgido en entornos inesperados