La tuberculosis es una enfermedad infecciosa que afecta principalmente a los pulmones y que puede ser mortal si no se trata adecuadamente. Aunque en muchos países se ha logrado reducir su incidencia gracias a las vacunas, los medicamentos y las medidas de prevención, en algunas regiones del mundo sigue siendo un grave problema de salud pública.
Es el caso de Pangnirtung, una pequeña comunidad inuit situada en la isla de Baffin, en el territorio canadiense de Nunavut. Allí, la tuberculosis tiene una tasa de 300 casos por cada 100.000 habitantes, muy por encima de la media nacional de 4,9 casos. Además, la enfermedad tiene un fuerte impacto emocional y cultural en la población, que todavía recuerda el trauma de las políticas sanitarias del pasado.
Entre las décadas de 1940 y 1960, el gobierno canadiense envió a miles de inuit enfermos de tuberculosis a sanatorios ubicados en el sur del país, lejos de sus familias y sus comunidades. Muchos de ellos murieron sin poder regresar a sus hogares, y otros sufrieron abusos, discriminación y pérdida de identidad. Algunos nunca supieron qué les pasó a sus seres queridos, y otros tuvieron dificultades para reintegrarse a su cultura tras años de ausencia.
Estas experiencias han dejado una profunda huella en la memoria colectiva de los inuit, que todavía desconfían del sistema de salud y temen ser separados de sus familias si se les diagnostica tuberculosis. Esto dificulta la detección precoz y el tratamiento adecuado de la enfermedad, así como la prevención de su transmisión.
Para romper este círculo vicioso, es necesario abordar la tuberculosis desde una perspectiva holística, que tenga en cuenta los determinantes sociales, económicos y culturales de la salud. Así lo afirma la doctora Anna Banerji, una experta en salud indígena que ha trabajado durante años en Pangnirtung. Según ella, es imprescindible mejorar las condiciones de vida de los inuit, que sufren altos niveles de pobreza, hacinamiento y falta de acceso a servicios básicos. También es fundamental involucrar a las comunidades en el diseño e implementación de las estrategias sanitarias, respetando sus conocimientos, valores y preferencias. Y, por último, es esencial reconocer y reparar el daño histórico causado por las políticas coloniales, que han erosionado la confianza y la autoestima de los inuit.
Solo así se podrá combatir eficazmente la tuberculosis en Pangnirtung y en otras comunidades inuit de Canadá, y garantizar el derecho a la salud y a la dignidad de sus habitantes.