THE LATIN VOX (26 de noviembre del 2024).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz
En su nuevo libro Citizen: My Life After the White House, Bill Clinton se presenta como una figura hiperactiva y siempre presente, dispuesto a ayudar en zonas de desastre y a reflexionar sobre el servicio público. Sin embargo, pese a su locuacidad y generosidad en su trabajo post-presidencial, se mantiene a distancia en cuanto a su vida personal, dejando al lector con una sensación de impersonalidad que dista mucho de la confidencialidad que se espera de una autobiografía.
Clinton, quien dejó la Casa Blanca en 2001 a los 54 años, no siguió el camino que muchos de sus predecesores tomaron, retirándose a una vida más tranquila. En cambio, rechazó la idea de desaparecer del radar y emprendió una segunda carrera, creando la Fundación Clinton y fundando diversas iniciativas con su nombre, como la Clinton Global Initiative y la Clinton Climate Initiative.
Estas empresas e iniciativas, que le dieron un flujo constante de ingresos, en gran parte provenientes de sus honorarios por conferencias, se convierten en el epicentro de su nueva vida. «Tuve que empezar a ganar dinero», admite sin tapujos, haciendo referencia a las deudas legales derivadas del intento de destitución que enfrentó en los años 90 tras el escándalo con Monica Lewinsky.
A lo largo del libro, Clinton se ofrece como un hombre dispuesto a poner su energía al servicio de causas humanitarias. Desde los desastres naturales en Asia hasta las víctimas del huracán en Puerto Rico, Clinton se presenta como un hombre que no escatima esfuerzos para hacer presencia en el terreno.
A menudo lo acompaña una lista de celebridades, como Oprah Winfrey o Sean Penn, que le dan un toque de glamour y visibilidad a sus acciones. Sin embargo, aunque su presencia es incansable, sus reflexiones sobre estos eventos son mayormente superficiales, rebosantes de buenas intenciones, pero sin profundidad en el análisis personal.
Lo que más destaca en Citizen es la dicotomía entre la imagen pública de Clinton como un líder humanitario incansable y la falta de apertura sobre su vida privada. A lo largo de sus páginas, Clinton rara vez ofrece detalles personales sobre sus relaciones familiares o sus emociones. Su vida con Hillary y Chelsea está apenas esbozada, y su enfoque sobre el escándalo de Lewinsky se limita a una serie de justificaciones vagas, sin llegar a una reflexión más profunda sobre su impacto personal o político.
Este estilo de Clinton se mantiene constante a lo largo del libro, en el que se presenta como un orador que, a pesar de no querer caer en discursos interminables, no puede evitar llenar páginas con su verborrea característica.
De hecho, su visión del mundo parece más bien un repaso de lugares comunes neoliberales, donde la política parece estar más relacionada con la retórica y las grandes ideas que con los detalles concretos de la vida cotidiana.
A menudo se describe a sí mismo como alguien preocupado por los problemas globales, pero sus respuestas y propuestas a menudo carecen de la profundidad emocional que podría ofrecer un hombre que ha vivido en el centro del poder mundial durante ocho años.
En sus reflexiones sobre el futuro, Clinton predice un futuro sombrío ante el cambio climático, incluso comparándolo con escenarios de películas post-apocalípticas. Sin embargo, estas reflexiones están envueltas en una retórica casi académica, que le resta impacto ante la realidad urgente del problema.
Es más fácil imaginarlo como el protagonista de una novela de acción, como las que escribió junto al autor James Patterson, en las que presidentes de EE.UU. se convierten en héroes de acción, que como un verdadero líder reflexivo sobre los desafíos del siglo XXI.
Aunque Clinton dedica gran parte de su libro a compartir su visión sobre el servicio público, la política y el futuro de Estados Unidos, su distanciamiento emocional y la falta de autocrítica dan lugar a una obra que se siente más como una serie de discursos cargados de buenas intenciones que como una exploración honesta de su vida y legado. Al final, Citizen se deja leer más por la curiosidad sobre su vida pública que por una genuina conexión emocional con el hombre detrás de la figura política.
Es un libro donde Clinton sigue siendo, como siempre lo fue, un hombre de discursos y apariciones, pero que se guarda sus pensamientos más profundos para sí mismo. Quizás, como sugiere el propio título del libro, Clinton prefiere mantener su humanidad en el ámbito privado, mientras sigue jugando su rol de figura pública, imparable y siempre presente, pero cada vez más distante de los que esperan conocer al verdadero Bill Clinton.
Crédito fotográfico: Kevin Mazur/Getty Images