Análisis: Elon Musk y la interferencia digital a nivel global

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THE LATIN VOX (12 de enero del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.

Vivimos en una época donde la forma en que debatimos y tomamos decisiones está siendo cada vez más influenciada por individuos que no responden a intereses colectivos, sino a su propio beneficio personal. Elon Musk, dueño de la plataforma X, es uno de los principales actores en este nuevo escenario, donde la política y la sociedad se ven sacudidas por el poder de unos pocos para manipular la conversación global.

La pregunta fundamental es: ¿cómo interactuamos como sociedad? ¿Cómo llegamos a acuerdos democráticos cuando las reglas del debate se ven distorsionadas por figuras como Musk, que parece tratar nuestro espacio político como un juego de video personal? A lo largo de la historia, la humanidad ha desarrollado espacios para el debate público.

En la antigua Grecia, la Agora era el punto de encuentro para que los ciudadanos debatieran las cuestiones más relevantes. En el siglo XX, John Reith, el visionario detrás de la BBC, imaginó una institución pública donde la nación se uniera para fomentar los valores democráticos, la razón y el debate. Hoy, el espacio público de discusión es controlado por multimillonarios, como Musk, cuyo poder de influencia crece cada vez más.

La última intervención de Musk en la arena política británica, en la que acusó a Jess Phillips, ministra de seguridad, de ser una «apologista del genocidio de violación» y calificó al primer ministro Keir Starmer de «cómplice en la violación de Gran Bretaña», muestra el impacto tangible de estas figuras en la política pública.

Aunque estos insultos podrían haber sido considerados ruido, generaron reacciones inmediatas del gobierno británico, que rápidamente impulsó nuevas políticas en respuesta. Musk, a través de X, moviliza a millones de seguidores con ataques directos a figuras políticas, lo que pone de manifiesto la capacidad que tiene para alterar el curso de los debates nacionales y forzar decisiones rápidas.

Musk también interviene en cuestiones que afectan a EE. UU. y Europa, mostrando su afinidad con figuras políticas de la extrema derecha, como Donald Trump. La relación entre ambos es clara, y la pregunta que muchos se hacen es: ¿qué tan coordinados están en sus esfuerzos por influir en las democracias occidentales?

La capacidad de Musk para alterar elecciones y reacciones políticas es tan fuerte que incluso se menciona que si Europa intenta regular sus plataformas de manera que no coincidan con los valores estadounidenses, el gobierno de EE. UU. podría reconsiderar sus acuerdos de seguridad con los países europeos.

Lo más inquietante de todo esto es que, aunque los medios de comunicación siempre han tenido su cuota de desinformación, lo que ha cambiado con la llegada de las redes sociales es la tecnología detrás de la amplificación de esa desinformación. Los algoritmos que impulsan plataformas como X manipulan lo que vemos, cuándo lo vemos y por qué lo vemos, creando un entorno donde la verdad se diluye en un mar de datos manipulados.

La esfera pública democrática, un concepto desarrollado por el filósofo alemán Jürgen Habermas, está siendo reemplazada por un espacio donde los algoritmos determinan la agenda, sin transparencia ni responsabilidad. Lo que parecía ser un foro global abierto, donde las voces de todos podían tener cabida, ahora está dominado por intereses particulares. La Agora digital, ese lugar de encuentro idealizado, se ha convertido en una red de intereses privados que no promueven el debate constructivo, sino la polarización.

La cuestión ahora es si podemos hacer que esta tecnología, que ha trastornado nuestra conversación nacional, trabaje para la democracia. En lugar de regular el discurso individual en línea de manera ineficaz, necesitamos una transparencia radical sobre cómo operan estas plataformas.

¿Qué intereses están detrás de la manipulación de nuestro contenido? ¿Qué están haciendo para proteger nuestra privacidad y la integridad electoral? Es fundamental que los usuarios puedan conocer cómo se utilizan sus datos y cómo se manipulan sus preferencias.

La desinformación y las teorías de conspiración no son solo un problema de contenido falso, sino un síntoma de un sistema que ha fracasado al proporcionar un sentido real de comunidad. Las plataformas de redes sociales han creado una falsa sensación de pertenencia, una comunidad distorsionada que sirve solo a los intereses de unos pocos.

En lugar de centrarse únicamente en la regulación de contenido, debemos repensar el papel de los medios en nuestra sociedad. El periodismo debe ir más allá de simplemente transmitir hechos; debe ser una herramienta para restaurar la confianza y promover la discusión democrática.

Mientras tanto, el debate sobre la regulación de plataformas como X sigue siendo crucial. Musk se presenta como un campeón de la libertad de expresión, pero lo que en realidad está promoviendo es la libertad para manipular. Las redes sociales han sido secuestradas por intereses privados que priorizan la desinformación y el beneficio económico.

La pregunta que queda es si seremos capaces de recuperar el control de la conversación pública, o si terminaremos bajo el yugo de una élite tecnológica que redefine nuestras interacciones, intereses y deseos sin nuestra participación consciente.

El futuro de la democracia digital dependerá de nuestra capacidad para crear nuevos espacios públicos en línea que no estén diseñados solo para amplificar mentiras y odios, sino para fomentar una conversación significativa.

Si no somos capaces de regular y rediseñar estas plataformas, corremos el riesgo de vivir en una sociedad donde las decisiones se toman detrás de un velo de opacidad, manipuladas por aquellos que controlan la tecnología.

Crédito fotográfico: Dan Kitwood/Getty Images


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