
THE LATIN VOX (6 de julio del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
Lo que comenzó como un puñado de podcasts y foros online se ha convertido en una red nacional de fraternidades exclusivas para hombres, con conexiones en al menos 20 estados de EE.UU., que predica una mezcla tóxica de ultraderechismo, racismo, antisemitismo y teoría de la conspiración.
El grupo, llamado Old Glory Club (OGC), ya cuenta con al menos 26 capítulos activos y un número creciente de miembros —entre ellos militares en servicio, funcionarios públicos, abogados y exagentes de policía.
Una investigación del Guardian ha revelado que este movimiento clandestino va mucho más allá del discurso de odio digital: está construyendo estructuras políticas, sociales y logísticas con la intención explícita de influir —e incluso transformar— el sistema estadounidense desde dentro.
Más que un club de hombres: un movimiento ideológico organizado
Fundado formalmente en junio de 2023, pero gestado desde finales de 2022 a través de blogs en Substack y canales en plataformas como X y Telegram, el OGC se autodefine como una comunidad de “caballeros americanos” que busca proponer “un nuevo acuerdo político para Estados Unidos”.
Pero esa fachada formal oculta una agenda explícitamente extremista: reivindican la segregación racial, promueven teorías conspirativas antisemitas y se inspiran en figuras como Francisco Franco para diseñar sus estrategias de poder.
El grupo organiza conferencias anuales, encuentros regionales y mantiene una jerarquía interna centralizada —el llamado “Comité Central”— que regula a los capítulos locales, cada uno compuesto por al menos cinco hombres estadounidenses mayores de 18 años.
La estructura recuerda a una logia paramilitar de los años 30, pero en versión digital: podcast, criptomonedas y apps para boicotear negocios “no blancos”.
La normalización del extremismo
Uno de los objetivos declarados del OGC es reducir las barreras de entrada al activismo ultraderechista. “Ya no necesitamos esperar a un nuevo César o Franco”, decía uno de sus portavoces, Ryan Turnipseed, en una conferencia. “Podemos ser efectivos con lo que tenemos ahora”.
Esa “efectividad” se refleja en los perfiles de sus miembros: desde oficiales de la Guardia Nacional con permisos de seguridad activos hasta abogados y contratistas de defensa con acceso a información sensible del gobierno estadounidense.
El caso de Evan Schalow, un ingeniero militar en Virginia con autorización secreta de seguridad nacional, es emblemático. Otros, como Michael Gibbs, exmarine y exsheriff, ahora trabajan en empresas de armas como Remington.
Heidi Beirich, del Global Project Against Hate and Extremism, advirtió: “Que miembros actuales y antiguos del ejército y fuerzas de seguridad estén implicados en grupos como el OGC no solo es alarmante, es un potencial riesgo de seguridad nacional”.
Del discurso al odio activo
Uno de los rostros más notorios del OGC es el podcaster Peter R. Quinones, cuyas publicaciones en Substack y programas —con una audiencia que rivaliza con figuras de medios establecidos— contienen un discurso abiertamente supremacista.
En un episodio reciente, Quinones no se limitó a criticar la política exterior de EE.UU.: culpó directamente a la comunidad judía y llamó a boicotear sus negocios. “No puedes vivir con ellos. No puedes permitirles entrar. Si los dejas entrar, hay que reprimirlos”, afirmó.
En la misma emisión, atacó a la comunidad india en EE.UU. y promocionó una app desarrollada por miembros del OGC de Alabama para identificar gasolineras y hoteles “no propiedad de indios”.
Quinones ha usado repetidamente términos racistas para referirse a votantes afroamericanos y adolescentes negros, alentando a sus seguidores a “construir una economía alternativa” basada en lo que llaman “Americanos de herencia”: un eufemismo para blancos anglosajones protestantes nacidos antes de 1940.
¿Un frente ultraderechista global?
El modelo del OGC no es exclusivo de EE.UU. Recientemente, investigadores de Hope Not Hate en Reino Unido han detectado conexiones con grupos similares en Europa, como The Basketweavers, replicando la fórmula: crear primero una comunidad de hombres blancos descontentos, luego canalizar ese descontento hacia objetivos políticos radicales.
Harry Shukman, analista de extremismo, lo explica así: “El OGC pretende formar redes que parecen inofensivas pero que están diseñadas para infiltrar, organizar y finalmente reemplazar las estructuras democráticas existentes. Su retórica es peligrosa, pero su estrategia es aún más preocupante: construyen poder desde abajo”.
La paradoja del extremismo oculto
A diferencia de movimientos anteriores de ultraderecha, que operaban a plena luz o buscaban notoriedad, el OGC y sus satélites optan por el anonimato estratégico y la descentralización táctica.
Sus miembros rara vez usan sus nombres reales y sus operaciones se dispersan por capítulos locales con mínima visibilidad pública. Sin embargo, su impacto se magnifica a través de redes sociales, podcasts y plataformas de recaudación de fondos.
Mientras tanto, la administración de Donald Trump, lejos de frenar estos movimientos, ha sido señalada por contrataciones de personas vinculadas a ideologías similares, e incluso por reducir los esfuerzos del Pentágono por expulsar extremistas de las fuerzas armadas.
¿Y ahora qué?
Estados Unidos se enfrenta a una amenaza interna que combina fanatismo ideológico, acceso institucional y profesionalismo digital. No es una milicia armada en las montañas ni un grupo marginal en las sombras. Es una red de hombres en traje, algunos con cargos públicos, que están organizando desde sus casas, estudios de grabación o iglesias una ofensiva contra los valores democráticos fundamentales.
“Puede que estos grupos digan que ofrecen comunidad”, concluye Shukman, “pero lo que realmente ofrecen es un camino directo hacia el odio organizado”.
En tiempos de polarización y crisis institucional, el extremismo no siempre grita: a veces, se reúne en silencio, entre amigos, con un podcast y una agenda peligrosa.
Crédito fotográfico: JOSE LUIS MAGANA | AFP