
THE LATIN VOX (9 de agosto del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz
La cancelación de la gira canadiense del predicador y músico estadounidense Sean Feucht ha encendido un debate que trasciende las fronteras del país.
No se trata únicamente de si un artista debe o no actuar en ciertas ciudades; se trata de un dilema central de las democracias contemporáneas: ¿cómo equilibrar la protección de la libertad de expresión con la necesidad de frenar discursos que pueden alimentar el odio y la violencia?
Feucht, figura destacada del nacionalismo cristiano y defensor de políticas alineadas con la agenda más conservadora de Estados Unidos, es conocido por su oposición frontal a los derechos LGBTQ+, a la educación sobre diversidad en las escuelas y a las restricciones sanitarias durante la pandemia.
Su mensaje ha sido calificado por organizaciones de derechos humanos como potencialmente dañino y discriminatorio. Varias ciudades, entre ellas Halifax, Quebec y Winnipeg, han decidido vetarlo, mientras otras, como Saskatoon, permitirán sus actos bajo estricta vigilancia policial.
Un patrón que se repite a escala global
Este pulso entre expresión y censura no es exclusivo de Canadá. En Europa, las autoridades han prohibido conferencias de figuras de la ultraderecha y del islamismo radical por motivos de seguridad, reavivando el debate sobre si tales medidas fortalecen o debilitan los valores democráticos.
En América Latina, la discusión se repite con influencers y predicadores que, amparados en la libertad de expresión, difunden teorías conspirativas o mensajes discriminatorios.
El caso Feucht conecta con un fenómeno mayor: el auge de narrativas polarizadoras amplificadas por redes sociales, donde la frontera entre opinión legítima y discurso de odio se difumina.
Los defensores de la censura sostienen que el lenguaje que degrada a comunidades vulnerables no es “discurso político” sino incitación a la discriminación. Sus detractores temen que el poder de prohibir pueda ser usado contra cualquier disidencia incómoda.
El riesgo del efecto “altavoz”
Expertos como James Turk advierten que vetar actos puede tener un efecto búmeran, reforzando el papel de la persona censurada como “mártir” de la causa que defiende. En un contexto de hiperconectividad, las cancelaciones no siempre silencian a los oradores: a menudo multiplican su alcance y galvanizan a sus seguidores.
Este dilema obliga a repensar herramientas más allá de la censura: educación mediática, regulación de plataformas digitales, y, sobre todo, fomentar debates públicos que confronten las ideas extremas con argumentos sólidos y no solo con prohibiciones.
Un desafío para las democracias
El caso Feucht es un recordatorio incómodo de que la democracia no solo se defiende en las urnas, sino también en la manera en que gestiona las voces incómodas. Defender la libertad de expresión no significa tolerar el odio; pero combatir el odio no debería convertirse en la puerta trasera hacia el silenciamiento arbitrario.
En tiempos donde las fronteras del discurso son cada vez más difusas y la indignación viaja a la velocidad de un tuit, encontrar ese delicado equilibrio es, quizás, uno de los retos más urgentes de nuestro siglo.
Crédito fotográfico: CHVN