
THE LATIN VOX (8 de septiembre del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz
Mientras Estados Unidos retrocede en sus compromisos climáticos, China emerge como la potencia central en la lucha contra el cambio climático, con un impulso que combina ambición económica y geopolítica.
Los paneles solares, las turbinas eólicas y los vehículos eléctricos producidos en masa en fábricas chinas no solo representan una revolución energética, sino también una influencia global que podría redefinir el orden mundial.
El país asiático concentra ya la mayor parte de la capacidad instalada en energías renovables: en 2024, la construcción de parques solares y eólicos en China duplicó la del resto del mundo combinado, alcanzando una capacidad de 1.200 GW, seis años antes del cronograma oficial.
Además, las cuatro principales empresas de turbinas eólicas del mundo son chinas, y el liderazgo se extiende a la fabricación de paneles fotovoltaicos y vehículos eléctricos.
Para Li Shuo, director del China Climate Hub de la Asia Society, “ya no tiene sentido hablar de competencia en energías limpias. Solo hay un jugador. Estados Unidos ni siquiera está en la sala”.
China frente a EE. UU.: El contraste climático
Mientras China acelera la transición energética, Estados Unidos —bajo la administración Trump— ha cerrado centros de investigación climática, cancelado proyectos de energía limpia por 22.000 millones de dólares y promovido la explotación de carbón y gas. La diferencia se refleja en la percepción global: la eficacia de la próxima Cop30 dependerá en gran medida de la actuación china, más que de cualquier otra nación.
Xi Jinping ha mostrado disposición a asumir un papel constructivo: “China no reducirá sus acciones climáticas ni su apoyo a la cooperación internacional”, aseguró este año. Los recientes encuentros con la Unión Europea y otros socios internacionales apuntan a un liderazgo basado en decisiones multilaterales, un contraste con la postura disruptiva estadounidense.
Entre ambición y limitaciones internas
A pesar del avance en renovables, China sigue dependiendo del carbón: la inversión en minas y centrales ha alcanzado niveles no vistos en una década, impulsada por preocupaciones de seguridad energética. Analistas como Qi Qin señalan que la presión política del sector y la necesidad de garantizar suministro eléctrico explican parcialmente esta tendencia.
No obstante, la proporción de combustibles fósiles en la capacidad instalada de generación eléctrica ha caído por debajo del 50%, frente a dos tercios hace diez años. El éxito de China en limitar el uso del carbón y reducir la intensidad energética dependerá de los objetivos que se presenten en el próximo plan quinquenal 2026-2030 y en la actualización de su contribución determinada a nivel nacional (NDC).
Si China estableciera metas claras de reducción de emisiones y expansión de renovables, se estima que podría disminuir sus emisiones hasta un 30% en la próxima década, con un impacto económico positivo: se proyecta que las industrias de energía limpia podrían duplicar su valor y aportar 2,1 billones de dólares al PIB para 2035.
Más allá de la energía: Influencia global y financiamiento climático
China no solo exporta tecnología limpia, sino que también amplía su influencia financiera: se espera que durante la Cop30 se anuncien inversiones en Brasil para proyectos solares y el fondo Tropical Forests Forever, destinado a proteger bosques tropicales.
Aunque el país enfrenta críticas por seguir importando madera de origen ilegal y mantener altos niveles de emisiones, su papel decisivo en negociaciones climáticas pasadas —como en la COP26 y en la firma del Acuerdo de París— demuestra que Beijing se ha convertido en un actor central.
El camino está claro: mientras Estados Unidos mira hacia atrás, China avanza hacia un futuro más limpio, con energías renovables como bandera y liderazgo climático como instrumento de poder global.
Crédito fotográfico: Ambiental News