
THE LATIN VOX (17 de octubre de 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz
Estados Unidos está utilizando un instrumento silencioso pero poderoso para mantener su influencia en América Central: las visas.
Lo que en otro tiempo fue una herramienta burocrática, hoy se ha convertido en un arma política de presión frente al avance chino en la región, provocando tensiones con gobiernos aliados como el de Panamá.
El más reciente episodio de esta estrategia estalló cuando el presidente panameño, José Raúl Mulino, denunció que funcionarios de la embajada estadounidense en Ciudad de Panamá han amenazado con retirar visas a miembros de su gobierno si el país no reduce sus vínculos con China.
La embajada estadounidense respondió recordando que “una visa es un privilegio, no un derecho”, en línea con una política que el Departamento de Estado reforzó en septiembre para sancionar a funcionarios centroamericanos vinculados al Partido Comunista chino.
Una nueva era de coerción diplomática
Detrás del cruce verbal se dibuja un cambio más profundo en la doctrina de política exterior estadounidense hacia su propio vecindario. Washington, bajo la administración de Donald Trump, ha comenzado a redefinir su influencia regional a través del control migratorio y financiero, utilizando la política de visados como herramienta de castigo o recompensa según el grado de alineamiento con sus intereses estratégicos.
En esta lógica, China es el factor decisivo. Desde que Panamá estableció relaciones diplomáticas con Pekín en 2017, las inversiones chinas en infraestructura y logística —especialmente alrededor del Canal de Panamá— han despertado recelo en Washington.
La visita del secretario de Estado Marco Rubio a principios de este año fue un recordatorio de que Estados Unidos considera el canal parte de su seguridad hemisférica.
Centroamérica, tablero de la rivalidad global
El caso panameño se suma a una serie de sanciones y cancelaciones de visas en la región. En Costa Rica, el expresidente Óscar Arias y la diputada Vanessa Castro denunciaron la revocación de sus permisos de entrada a Estados Unidos por supuestos contactos con actores chinos.
Analistas interpretan estas medidas como señales de advertencia: Washington está marcando líneas rojas frente a lo que percibe como un intento chino de consolidar una esfera de influencia en el istmo.
Pero la estrategia no está exenta de riesgos. Al recurrir a métodos coercitivos contra países pequeños que dependen del comercio con ambos gigantes, Estados Unidos podría estar erosionando su propia legitimidad democrática y alimentando el discurso soberanista de los gobiernos latinoamericanos.
Mulino y la neutralidad imposible
En el centro de la disputa, Panamá intenta mantener su histórico principio de neutralidad del canal, piedra angular de su política exterior desde los tratados Torrijos-Carter. Mulino insiste en que el país “no forma parte del conflicto entre Estados Unidos y China”, pero la realidad económica y estratégica sugiere lo contrario.
El canal —por donde pasa el 5 % del comercio marítimo mundial— sigue siendo un espacio de poder simbólico y material, y cada concesión portuaria, contrato logístico o inversión tecnológica adquiere peso político.
Un mensaje más allá de Panamá
La advertencia implícita de Washington no va dirigida solo a la Ciudad de Panamá. En un momento en que Pekín incrementa su presencia en América Latina a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, Estados Unidos busca reafirmar su hegemonía hemisférica sin recurrir a intervenciones directas, sino mediante una diplomacia coercitiva de baja intensidad.
En este contexto, las visas —documentos que antes definían movilidad individual— se han transformado en una nueva frontera del poder internacional. Y Panamá, por su geografía y su canal, vuelve a ser el punto donde se cruzan las rutas del comercio… y las de la geopolítica.
Fuente: Associated Press (AP)
Crédito fotográfico: RPC Radio