
THE LATIN VOX (23 de octubre del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz
La Casa Blanca vive una de sus mayores transformaciones arquitectónicas en décadas: la demolición completa del Ala Este para dar paso a un nuevo y fastuoso salón de baile impulsado por Donald Trump.
El proyecto, valorado inicialmente en 200 millones de dólares y ahora estimado en 300 millones, cuenta con una lista de donantes tan poderosa como polémica: Google, Apple, Meta, Microsoft, Amazon, Palantir, Lockheed Martin y Booz Allen Hamilton, entre otros.
Según reveló CNN, las contribuciones provienen de empresas de tecnología, defensa y telecomunicaciones, además de algunos de los más leales multimillonarios del círculo trumpista: Miriam Adelson, Stephen Schwarzman (Blackstone), Harold Hamm (Continental Resources) y los gemelos Winklevoss, figuras prominentes del mundo de las criptomonedas.
El propio Trump, en una cena celebrada en la Casa Blanca con varios de los donantes, afirmó que el nuevo salón “será el más hermoso y grandioso espacio para eventos del mundo” y que “está siendo pagado 100% por mí y por algunos amigos míos”. Durante el encuentro, al que asistieron representantes de Google, Amazon y Lockheed Martin, el presidente elogió la “visión patriótica” de los ejecutivos que “quieren devolverle su esplendor a la Casa Blanca”.
Sin embargo, la demolición del Ala Este comenzó sin previo aviso oficial, lo que ha desatado una tormenta política y jurídica en Washington. Equipos de maquinaria pesada comenzaron a desmantelar la estructura el lunes pasado, pese a que Trump había asegurado meses atrás que la construcción “no afectaría en absoluto el edificio existente” y “respetaría totalmente su historia”.
Consultado por la prensa sobre el cambio de planes, Trump desestimó las críticas: “El Ala Este nunca fue gran cosa”. Era un edificio pequeño. Para hacerlo bien, había que tirarlo abajo.”
Indignación en el Congreso y entre preservacionistas
El movimiento ha generado una dura reacción en el Congreso. En una carta enviada al Despacho Oval, un grupo de legisladores demócratas calificó el proyecto como “una de las alteraciones más significativas en la historia moderna de la Casa Blanca” y denunció que las decisiones se tomaron “en completo secreto y sin consulta pública”.
La polémica se agrava porque el National Capital Planning Commission (NCPC), la agencia federal que supervisa las obras en edificios gubernamentales, permanece cerrada debido al cierre del gobierno federal. Aun así, la Casa Blanca sostiene que “planea someter los planos cuando la comisión reabra” y que “no se requería aprobación previa para la demolición”.
Por su parte, el National Trust for Historic Preservation, una influyente organización sin ánimo de lucro dedicada a proteger el patrimonio estadounidense, advirtió que el gobierno está legalmente obligado a realizar una revisión pública del proyecto antes de modificar estructuras históricas.
El nuevo templo del poder trumpista
Fuentes cercanas al proyecto describen el futuro salón como un espacio de 8.000 metros cuadrados, diseñado para albergar grandes banquetes, galas y conferencias internacionales. Según los planos preliminares, incluirá un escenario permanente, una pista de baile de mármol, candelabros de cristal de Baccarat y un techo retráctil para eventos al aire libre.
La obra, más allá de su opulencia, refleja la mezcla entre política, negocios y culto a la personalidad que ha marcado el segundo mandato de Trump. Que compañías como Google, Apple o Palantir —todas bajo escrutinio por su poder económico y su papel en la inteligencia artificial o la defensa— financien la ampliación más ambiciosa del recinto presidencial, añade un componente simbólico difícil de ignorar.
Mientras las excavadoras terminan de borrar el Ala Este del mapa, Washington debate si lo que se levanta en su lugar será un monumento al poder o una metáfora de la era Trump: una demolición del pasado en nombre del espectáculo.
Crédito fotográfico: CNN