
THE LATIN VOX (23 de octubre del 2025).- Por Francisco Javier Valdiviezo Cruz.
Casi quinientos años después de que Enrique VIII rompiera con Roma y fundara la Iglesia de Inglaterra, un monarca británico volvió a rezar junto a un papa.
El rey Carlos III hizo historia al orar públicamente con el papa Leo bajo los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, en un acto cargado de simbolismo que marca un nuevo capítulo en la relación entre las iglesias católica y anglicana.
El servicio, celebrado este jueves en el corazón del Vaticano, combinó tradiciones de ambas confesiones y comenzó con el Padre Nuestro en inglés.
El coro de la Capilla Sixtina entonó himnos junto a los de dos instituciones reales británicas: el coro de la capilla de San Jorge, en el Castillo de Windsor, y el de la Capilla Real del Palacio de St. James.
Para muchos observadores, la escena habría sido impensable hace apenas unas décadas. “El hecho de que el rey haya rezado con el papa demuestra que las diferencias doctrinales ya no se perciben como muros insalvables”, explicó Hendro Munsterman, corresponsal del Nederlands Dagblad en el Vaticano. “Es el fruto de un proceso de diálogo iniciado en los años sesenta que sigue dando pasos concretos”.
Entre la historia y la polémica
El encuentro, sin embargo, no estuvo exento de controversia. Desde Irlanda del Norte, el reverendo Kyle Paisley, de la Iglesia Libre Presbiteriana e hijo del histórico político unionista Ian Paisley, criticó duramente el gesto. “El protestantismo y el catolicismo son mundos aparte”, declaró a la BBC. “No veo cómo puede participar en ese tipo de culto conjunto sin traicionar su juramento. Si reza con el papa, debería abdicar”.
La Institución Leal Naranja, grupo protestante conservador, expresó también su “profunda preocupación” por la ceremonia, recordando que el soberano británico es formalmente cabeza de la Iglesia de Inglaterra.
Un rey en busca de armonía
Carlos, de 76 años, afronta este viaje en un momento delicado en el plano familiar: su hermano, el príncipe Andrés, acaba de renunciar al uso del título de duque de York tras nuevas críticas por su vinculación con el fallecido Jeffrey Epstein.
Pese a ello, el monarca se mostró relajado. Al saludar a Leo en el Palacio Apostólico, bromeó sobre las cámaras presentes: “Son un peligro constante”. A lo que el pontífice, de 70 años y primer papa estadounidense de la historia, respondió con una sonrisa: “Uno se acostumbra”.
La visita incluyó también una parada en la basílica de San Pablo Extramuros, donde el rey fue nombrado “confrater real” de la abadía, un título que simboliza fraternidad espiritual y que remite a los lazos entre Roma y los antiguos reyes sajones.
De Francisco a Leo, un puente que continúa
Carlos y Camila ya habían visitado el Vaticano en abril, cuando sorprendieron al papa Francisco durante su convalecencia. Tras la muerte del pontífice argentino semanas después, el monarca británico quiso regresar antes del cierre del Jubileo 2025, un año de reflexión que su madre, la reina Isabel II, también conmemoró en 2000.
“Este viaje es tanto una peregrinación como una visita de Estado”, señaló Munsterman. “Representa una comunión espiritual, no solo diplomática”.
Durante su encuentro privado, Carlos y el papa Leo hablaron sobre la paz, la pobreza y el medioambiente. “El rey tenía prisa por ver al nuevo papa, deseaba mostrar su cercanía”, comentó Iacopo Scaramuzzi, corresponsal de La Repubblica. “Aunque en ciertos sectores católicos hay temor a un acercamiento excesivo con los anglicanos, el gesto del rey y del pontífice muestra que el diálogo es más fuerte que el miedo”.
Un gesto para los libros de historia
En la penumbra de la Capilla Sixtina, donde los frescos del Juicio Final parecen observar el paso del tiempo, Carlos III y el papa Leo pronunciaron juntos las palabras que, hace medio milenio, dividieron a sus iglesias. Esta vez, sin embargo, lo hicieron como un acto de unión.
Cinco siglos después del cisma, el eco de aquel rezo resonó como una posible reconciliación entre Roma y Canterbury —un gesto que, aunque simbólico, puede marcar un antes y un después en la historia del cristianismo europeo.
Crédito fotográfico: The New York Times